Los ciervos no son autóctonos de Nueva Zelanda. Los primeros ejemplares se trajeron a las islas desde Inglaterra y Escocia a mediados del siglo XIX como animales de caza y se soltaron principalmente en la región de los Alpes del Sur. Gracias a unas condiciones ideales, su población se extendió rápidamente y, durante el siglo XX, los ciervos salvajes se convirtieron en un problema ecológico que amenazaba las masas forestales autóctonas.
El cambio llegó en la década de 1960, cuando comenzó la exportación de carne de venado procedente de ciervos salvajes: la especie, originalmente no deseada, se convirtió en un valioso producto de exportación. Los pioneros de esta industria reconocieron su potencial y en la década de 1970 empezaron a capturar ciervos salvajes y a trasladarlos a granjas de cría. Surgió así una nueva industria agrícola que se extendió rápidamente por todo el país.
Con el desarrollo de la ganadería profesional y la introducción de las primeras licencias en la década de 1970, los ganaderos neozelandeses empezaron a descubrir otros usos, como la producción de terciopelo de ciervo. Rápidamente se introdujeron normas estrictas para la cosecha humanitaria de terciopelo, lo que llevó a la creación de un sistema regulador ampliamente reconocido conocido como National Velvetting Standards Body.